Monday, March 03, 2008

Capítulo IV

Andres:


Iba en mi taxi ya de regreso al DF cuando frente a mí apareció una mujer de esas que solo salen en las revistas o en la tele. Paré de volada y al ver que era una güera me dije: “A esta gringuita le hecho un piropo al fin que no me va a entender”.





— ¡Dios, si esto es Reforma ya…!





— ¡No, no es Reforma pero ya que menciona el DF lléveme a allá!





— Perdone señorita yo creí que era turista americana.





— Olvidado está. Ahora sí ¿Cuanto por ir al DF?





— Es que verá usted no me encuentro en servicio.





— Le doy cuatro mil pesos.





— ¡Cuatro mil varos! ¡Oiga usted! ¿Qué derecho tiene usted de humillarme de ese modo? ¡Ya le dije que no estoy de servicio! ¡No crea que con su dinero puede conseguir todo lo que se le antoje!





— Perdone usted señor no lo quise ofender, es que se me descompuso el coche y estoy aquí varada…





— No diga más súbase.





— ¿No dijo que no estaba en servicio?





— No pues si no le voy a cobrar, la llevo gratis para no dejarla desamparada como deber de buen cristiano con sus semejantes.





— Gracias señor es usted muy amable, solo que no soy cristiana, soy budista.





— Nada le hace.





Nos pusimos en marcha. La muchacha se sentó atrás con su carita de ángel. Yo fijé la vista en el camino.





— ¿Señor no le molesta si fumo?





— Pues no pero usted dijo que era budista y por lo que yo entiendo de esa gente tienen que cuidar mucho su salud.





— Es que no soy muy ortodoxa, lo que en sí trato de seguir del Sakiamuni es el precepto: “El deseo es la causa del dolor, para eliminar el dolor hay que deshacerse del deseo”.





— Oiga ¿Y fumar no sería un deseo?





— Ciertamente… es que por otro lado soy compulsiva y necesito estar haciendo algo, por lo regular lo canalizo en cosas productivas pero esta vez no se me ocurre nada.





— No se apure, todos tenemos algún vicio, yo por ejemplo bebo cerveza cuando estoy con los amigos, y a veces saco una botellita de tequila que tengo por ahí guardada y me echo un par de tragos mientras me acuerdo de cosas.





— Tal parece que todos tenemos problemas.





— ¿A poco usted también?





— Sí, en el trabajo no valoran mi esfuerzo.





— Es que yo pensé que usted sería de familia rica.





— Mis padres tienen dinero pero es de ellos, yo me independicé.





— ¿Y en qué trabaja oiga?





— Soy ingeniera industrial.





— Mire nomás eso se oye como algo de mucha ciencia.





— Bueno la profesión requiere del conocimiento científico pero la ingeniera es más un arte.





— Pero dígame. ¿A poco no es gracias a sus papás ricos que usted está capacitada en eso?





— Bueno sí les debo a mis padres que me hayan dado educación, que además de la escuela tuviera profesor de piano y de baile, pero yo me esmeré en aprovechar ese estudio; y sí me gusta estudiar, todavía hoy practico yoga y artes marciales.





— ¿Y no le parece que ya es mucha estudiada?





— No, el filosofo Confucio dice que nuestra meta en la vida es el conocimiento.





— ¡Ah vamos! Así que usted resultó ser científica, artista, deportista, filosofa y hasta mística, por lo que dijo del “Sacamonos”! ¡Se me hace que usted es como Sor Juana Inés De La Cruz!





— ¿Conoce a la Décima Musa?





— ¿Pues sepa quién será esa? Yo decía Sor Juana, la que sale retratada en los billetes, pues de niño allá en las selvas de Chiapas los arqueólogos me platicaban cosas y entre estas pláticas mencionaron a esta señora cuyo verdadero nombre era Juana de Asba, Asba…





— Asbaje.— Ese mero era su nombre, pues que era una lumbrera, sabía tanto y tenía tal talento para la escribida que los hombres ilustres de su tiempo le tuvieron envidia y le pusieron zancadillas para que no destacaran sus obras, pero la mujer con harto valor además de toda esa inteligencia que tenía no se dejo amedrentar y salió a flote a pesar de todo.





— Pues me halaga con esa comparación, de hecho ha sido lo mejor que me han dicho, colocarme en el lugar de tan excelsa figura, muchas gracias.





— No pues si usted se merece todo el éxito del mundo, tiene mucho para lograrlo, deje los problemas para uno, sin preparación, uno es como el arbolito que nace en el desierto, esperanzado a que un día llueva mientras poco a poco se va secando.





Dicho esto me mordí los labios pues estaba a punto de lanzar un suspiro, si de por sí se me había quebrado la voz y como que me daba pena frente a una dama. Para entonces la carita de la señorita estaba iluminada como virgen con veladora y se acercó a decirme.





— ¿Decía usted algo de que estuvo en las selvas de Chiapas? Eso suena muy excitante.





¡Excitante! ¡Sí así dijo! ¡Válgame Dios! Bueno ya sé que esa palabra tiene sus “asegunes”, tampoco soy tan menso como para creer que me estuviera diciendo: “Vente pa’ acá papacito”. Es más ella misma se dio cuenta de que lo que había dicho podría tomarse por otro lado pues hasta se puso roja roja lo que la hizo verse más chula. Pero aunque no me lo creí como que de todos modos sí le dio color a mi ánimo y el motor interno de este chofer se aceleró al máximo.





— ¡Ah sí! ¡Jiji! Verá usted señorita, mi familia se ha caracterizado por andar viaje y viaje, dice mi papá que es bueno conocer todo tipo de lugares y de gente, entonces donde pasamos mucho tiempo fue en Chiapas, mi papá componía los jeeps de los arqueólogos y luego se lo llevaban para que les ayudara con esos vehículos y otros artefactos, mi mamá iba también primero para prepararle sus lonches a mi jefe y luego para todo el grupo; como no había con quien dejarme me llevaban, no adentro de la selva aunque ya un poco mayor me les pegué en sus incursiones. Me gustaba eso de acampar y a los 16 años me interné yo solito, claro que eso me mereció una paliza tremenda de la que todavía me acuerdo, pero fue una gran experiencia con todo y la paliza que le digo y que la mayor parte del camino era abrirse paso entre la maleza y andar subiendo y bajando en el camino disparejo, pero tuve mi recompensa cuando llegué a ese claro sobre la colina, desde donde se veían las cascadas blancas blancas de pura espuma, el cielo súper claro y de noche mas estrellas que en ninguna otra parte, hasta una lunota “asinota” verdad de Dios.





La señorita entre cerró sus ojitos color de cielo, parece que mi relato le dio sueño. Era pues hora que me callara el hocico y la dejara descansar. “Hay Andrés que cosas pasan por tu cabeza” me decía y es que verdad buena que con una mujer así yo sería feliz el resto de mis días. ¡Ah como si de veras me pudiera querer! ¡Pero a qué sueños tan babosos!

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