Friday, February 29, 2008

Capítulo I

LOS PEQUEÑOS CONTACTOS (NOVELA)

Daniela:



Era uno de mis tantos reflejos y maneras automáticas de comportarme, sobre todo en ese momento en el que estaba somnolienta, me refiero a que siempre me estiraba para apagar el despertador en cuanto sonaba.



Igual era un apremio ir al cuarto de Raquel y despertarla porque no la haría abrir los ojos ni un tren aunque pasara junto a su cama. Es por eso que el reloj estaba en mi cuarto y no en el de ella porque así yo veía que acudiera puntual cuando le caía algún trabajo.



— ¡Vamos floja levántate!



— Cinco minutitos más.



Me acerqué a su oído.— ¡Arriba Raquel si quieres conocer La Torre Eifel!



— ¿Torre Eifel? Eso está en… ¡Francia!



De inmediato se paro y fue corriendo a la regadera. ¡Lo que un viaje a París puede hacer! Cumplida mi misión me dirigí a la cocina a prepararme un poco de leche tibia para volver a la cama.



— ¡Daniela!—Gritó desde la ducha— No seas malita y llévame al aeropuerto por favor.



— Está bien, deja me pongo algo.



— ¡Gracias eres muy linda!



Tomé mis llaves y el celular, al prenderlo me di cuenta que tenía un mensaje. Era del profesor Reina que me pedía que fuera a su casa de Cuernavaca, decía que era muy importante.



Rememoré entonces cuando era niña y el buen profesor frecuentaba la casa de mis padres; Ahí había una casita arriba de un árbol a la que yo deseaba subir, pero era muy enfermiza entonces y prefería mejor dibujar dicha casita.



— Hola Daniela ¿Cómo estás?



— Bien profesor gracias.



— ¿Qué haces que se ve tan bonito?



— Estoy dibujando una vez más la casita del árbol.



— ¿Por qué la dibujas tanto? ¿No preferirías jugar con tus muñecas tan bonitas que tienes?



— Es que la verdad me gustaría subir y caminar en su piso de tabla, ver todo desde arriba más cerquita de las nubes; sería casi como volar. Si no fuera tan debilucha treparía como Tarzán hasta llegar a allá arriba.



— ¿Por qué no lo intentas?



— ¿Bromea? ¿Cómo quiere que suba con lo mal que me pone la altura?



— ¡Vamos haz la prueba! Verás que todo está en tu mente.



— ¿Por qué me dice eso? ¡Mis males son cosas que siento en el cuerpo, no están en mi cabeza!



— Soy tu amigo, por eso te pido que hagas el intento por subir, porque no es bueno que los temores rijan tu vida. Mira es fácil… yo estoy subiendo ¿Lo harás tú también?



— ¡No!



Modestia aparte era yo una niña muy inteligente para mi edad y comprendía bien las palabras del profesor, solo necesitaba tiempo para reunir el valor suficiente para enfrentar aquel reto. — Está bien haré el intento.



— Así me gusta.




Temerosa aún, pero también convencida de que debía hacerlo, inicié el ascenso poniendo un pie en el primer escalón clavado en el tronco, luego el otro en el segundo, así llegué al sexto peldaño.



— ¿Ya ves que es fácil?



— Me siento mal.



El profesor se quedó pensativo un segundo y luego dijo:



— ¿Haz oído del poder curativo de las plantas?



— Sí.



— Pues las hojas de este árbol son muy buenas contra el mareo.



— ¿De verdad?



— Claro que es verdad. Ten huele una.



Olí la hoja, cerré los ojos; luego lentamente volteé a ver al profesor.



— Creo que puedo subir un poco más.



— Eso es Daniela.



— Páseme otra hoja por favor.



— Aquí tienes linda, todas las que quieras.



El aire se llenó de hojas y el recuerdo es algo confuso pues bien parecía que éstas flotaban en vez de caer; como si no hubiera gravedad durante mi subida. Escalón por escalón fui liberándome de mi miedo y sintiéndome segura de lograr aquello.



— Lo logramos Daniela, estamos frente a la casa. ¿No vas a entrar?



Pero yo preferí en ese momento extender los brazos como si fuera a emprender el vuelo.