Monday, March 10, 2008

Capítulo IX

Andrés:

Bajamos del autobús y nos metimos en una calle de puras casas ricas. La güera venía indicando el camino.

— Es todo derecho y luego subimos.

— Perfecto.

Hubo un silencio y luego:

— Este… Andrés. Creo que pasamos por una catarsis.

— ¿Qué eso fue lo que nos encogió?

— No. Quiero decir que nos desahogamos de lo que traíamos guardado y no fue para menos pues lo que nos ha pasado, el volvernos niños, es algo que nos rebasa en todos los aspectos.

— Pues eso sí, pero descuida no volveré a reclamarte nada ni a juzgar tu forma de ser.

— Si no te estoy diciendo que te calles si tienes alguna inconformidad, por el contrario digo que está bien que hayamos externado lo que no nos parece o nos afecta del otro, sirvió para conocernos un poco más.

— ¿Entonces no te molestó que te haya dicho presumida y niña malcriada?

— Bueno sí, en el momento que lo dijiste sí, pero pues reconozco que tienes algo de razón, sí presumo a veces y tal vez sí me malcriaron de chica, mis sirvientes me trataban como una princesa por ser hija de los patrones y bueno eso ha de haber dejado secuelas.

— Pero pues yo estaba enojado, tal vez por esto de ser otra vez escuincle, y por eso tuve el atrevimiento de decirte todo eso pero no creo que haya estado bien porque pues cada quien.

— Mira Andrés, si algo admiro de los de tu estrato social es lo honestos y francos que son, no son como los de mi clase, afortunadamente, donde abundan los hipócritas y los mentirosos; si vamos a salir de esto juntos tenemos que confiar uno en el otro, para ello debemos de tener abierto un puente de comunicación, hablar con la verdad, respetarnos que no es lo mismo que pasar por alto los desacuerdos sino que más bien no debemos de querer cambiar la manera de ser del otro. Ser objetivos, razonables y productivos o sea…

Ya eran demasiados términos e ideas que no entendía. Además como que no estaba de acuerdo en eso de contar lo que no nos cuadrara del otro pues ¿Uno que derecho tiene? Y en cuanto a decir lo que uno siente, como que hay cosas que es mejor disimularlas porque al sacarlas es como estarle echando sal a las heridas. Siempre es mejor hacer de cuenta que uno no tiene nada y así como que tampoco uno siente nada.

Ella siguió con su palabrería a la Miguel Ángel Cornejo todo el camino hasta que gracias a Dios llegamos a una reja.

— ¡Aquí es la casa donde crecí! Voy a tocar el timbre.

— ¿Así nomás? ¿No tienes ningún plan por si no te reconocen?

— Será más fácil convencer a los sirvientes ya que de niña traté más con ellos y tenemos un vínculo especial.

Entonces un hombre vestido de mayordomo entre abrió la reja.

— ¿Sí niños en que les puedo servir?

— ¡Gaspar qué gusto verte! ¡Soy yo Daniela, te parecerá extraño pero créeme soy yo! Déjanos pasar y te contaremos todo.

— ¡Niña Daniela! ¡Pero si está irreconocible por Dios! ¿Cómo le hizo para que le creciera el cabello? — Para entonces hasta yo comprendí que era purítito sarcasmo. — ¡Lárguense de aquí que no estamos para tolerar bromas!

Dicho eso cerró la reja y se fue. La güera se quedo aferrada a los barrotes con una cara de “No me trajeron nada los reyes” que pensé que se pondría a llorar pero no fue así.

— Tenemos que entrar, ya adentro tendrán que escucharnos hasta que nos crean.

— ¿Pero como le hacemos para meternos?

— No olvides que aquí viví casi toda mi vida.

La seguí, era inevitable pues me llevaba de la mano. Así llegamos a un árbol junto a la casa.

— Subamos por aquí.

— ¿Y qué hay de tus mareos?

— Descuida esta vez no me afectaran.

Diciendo eso tomo una hoja del árbol y la olió.

— Lista, ya podemos subir.

Subimos y era cierto ya no le afectó la subida, como si la hoja que olió fuera mágica. Lo malo fue que del otro lado no había árbol y estaba bastante alto.

— ¿Ahora cómo le hacemos?

— Es lo que estoy pensando.

— ¿Cómo? ¡Creí que habías sugerido este método porque ya lo habías practicado!

— ¿Cómo crees que antes iba yo a meterme así a mi casa? Trepé árboles eso sí cuando vi lo efectivas que eran las hojas. Pero espera se me ocurre algo, sígueme.

La seguí hasta la punta del árbol que empezó a ladearse hacía adentro de la casa, sin embargo seguíamos estando a bastante altura. Luego la güera se colgó de rama en rama hasta llegar a la más larga que la hacía llegar más bajo. Pues a seguir el ejemplo.

Ya adentro no tardaron en aparecer los criados, el de la reja con un gancho para limpiar alfombras, un cocinero con delantal y rodillo, y un jardinero con un palo de cerca, no parecían estar dispuestos a platicar.

— ¡Gaspar, Toribio, Melquíades! ¡Soy yo Daniela!

— ¡Mejor córrele güera que no te van a oír!

Corrimos, ella me indicó que nos subiéramos a un árbol que tenía una casita arriba. Sin embargo los criados también empezaron a trepar. La casita se había convertido en una trampa mortal lo cual indicaba que la güera no tenía tan buenas ideas después de todo.

— Pues sí que son finas personas tus criados.

— Es que no me reconocen.

Se dirigió a la ventana contraría al lado donde subían los criados y encontró un laso que me indicó que jaláramos.

— Este cable nos permitirá deslizarnos.

— ¿Está aquí desde que jugabas con él cuando eras niña?

— Está desde antes que mi papá comprara esta residencia con la casita en el árbol.

Nos metimos en una llanta con un grueso gancho arriba por donde pasaba el lazo. El extremo lo amarramos bien en una rama del árbol y nos deslizamos. Solo que los años habían ya podrido la gruesa reata y nos dimos un caidazo que en parte amortiguó la llanta pero de todos modos estuvo feo, hasta los criados sintieron gacho. Eso sí ni la güera ni yo lloramos.

En eso llegó una pareja madura, el hombre al ver que ahí estábamos tirados en el suelo y metidos en una llanta mientras los criados andaban subidos en el árbol bueno pues viendo todo eso preguntó.

— ¿Qué demonios está pasando aquí?

La güera volteó a verlo y dijo.

— ¡Papá!

Luego caminó lentamente hasta el hombre y terminó abrazándolo. Ahora pienso que como que estuvo un tanto rara la forma de actuar de ella. Pues si bien se entiende que haya acudido a su padre y lo haya abrazado pero pues yo digo que eso se hace luego luego en una forma más espontánea.

Como sea sirvió para que nos metiéramos a la casa. Ambos estábamos bien mugrosos sobre todo por la llanta. La güera como era buena para los discursos y además conocía a su familia fue la que contó todo, bueno por lo menos hasta donde nos acordábamos.

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