Thursday, November 22, 2012

Esa voz.


La primera vez, que escuché esa voz, fue en misa; yo era muy chico entonces y mis pies colgaban cuando nos sentábamos, y sólo veía el respaldo de enfrente al hincarnos; que manejable era yo entonces, nada que ver con el pilluelo que se dio tiempo después. Ah como añoro esos tiempos en que me traían de la mano para aquí y para allá.

Les decía pues que un domingo en la iglesia, una dulce voz se distinguió de entre las que cantábamos alabanzas, esa sí parecía ser de un ángel; hasta salí de entre las bancas, queriendo ver a la persona que interpretaba aquel canto, tan excepcionalmente; qué sorpresa  para mi familia que Quique se hubiese puesto tan  inquieto. Aún así me obstruía la vista la gente formada para comulgar, y yo que estaba cometiendo una falta, la primera que recuerdo; que terrible a los ojos de mi mamá, que dicen estaba angustiada, tanto que me siguió, atravesando incluso la columna de fieles. 

Ya los cantos se habían acabado y yo no di con la dueña de esa sonoridad, que me había cautivado; en vez de eso fui presa de la mano de mi progenitora que me asió con fuerza, lo cual era innecesario pues mi ímpetu se había ya apagado; no obstante se me mantuvo a resguardo en medio de mis dos padres, que temerosos de que volviera a inquietarme, no soltaron mis brazos durante toda la misa, salvo para persignarse. Y oí de nuevo esa maravillosa voz cuando los feligreses salían de la iglesia, pero me tenían bien agarrado y tampoco pude ver quien cantaba; así que me rendí esa vez y no hice más por averiguarlo.

La siguiente vez, que escuché tan fascinante voz, era ya un adolescente y estudiaba la secundaria; así uniformado y bien aseado tenía un espíritu rebelde, siempre tratando de conquistar chicas y hacer novillos. Así que nos fuimos un día en grupo al campo, ahí entre la siembra de maíz nos metíamos a ver qué conseguíamos con las muchachas; pero ellas sólo querían fumar, y es que veían a Resendiz sentado sobre la troje, haciendo volutas de humo, arte en el que nos ganaba a todos los varones. Así que ellas salieron a pedirle un cigarro y los otros dos chicos también, yo como me vi rezagado mejor me senté por ahí.

Entonces oí el canto de nuevo, era como una caricia; y la voz se acercaba, no era ya canto de iglesia sino “Esperanzas” a capela. Y cada vez se escuchaba menos distante, al otro lado del sembradío; como para encontrarme, cual si fuera yo un elegido de su encanto. Pero de pronto se dejó de oír, sólo había viento agitando las mazorcas.

Tan aguzados había puesto mis oídos, que me percataba hasta del zumbido de las abejas; fue entonces que se me ocurrió caminar en dirección de dónde provino la mágica sonoridad, y que entonces era el punto más silencioso; pues tras de mí se oían las risas de mis amigos, como deseaba que cesaran por no perderme otro extraordinario momento, único en mi corta vida. Me abrí pues paso en el plantío, esperanzado de que volviera esa hechizante voz.

Entonces el  ansiado sonido nuevamente cubrió el ambiente, todo un mundo de ruidos fue eclipsado por aquel que era sin igual; mientras yo ya corría deseoso de descubrir el misterio de la identidad de esa intérprete maravillosa, hasta las lágrimas se me estaban saliendo, como rara vez me ocurría, y hasta eso nunca lloraba por sentirme conmovido, tal vez lo haría por perder una pelea o sufrir una reprimenda, pero jamás por algo que me llegara tan fuerte al corazón; ni siquiera la vez que una de esas chicas me despreció, quizá porque ni ella ni ninguna otra de las que vinieron después fue en verdad mi primer amor ¿Acaso siempre estuve enamorado de aquella voz?

Apenas salí del maizal vi un coche alejarse y llevarse mi amada voz. Araceli llegó tras de mí y me encontró tumbado en la hierba, mucha historia nos esperaba a ambos, pero no ese día; tan desconsolado me sentía que no le presté oído; me hice el dormido pues su voz no era aquella.

Mil veces me he reclamado lo tonto de esa situación, ni siquiera estaba enamorado de una persona sino de un sonido; y me mataba la curiosidad de saber quién lo producía.

Pasaron muchos años para tener otra cita con mi querida voz. Para entonces era yo muy diligente y los arrebatos eran cosa del pasado, así que legendaria era la frialdad de mi trato, como lo metódico de mí actuar; siempre limpiaba mi restirador antes de irme, guardando cada lápiz y acomodando bien el cuaderno de modelos en el cajón a modo que no tapara otra cosa necesaria. Incluso regaba la planta del estudio, no quería que se secara como la anterior, además alguien tenía que hacerlo y ni modo que la del aseo pues ella se iba antes que yo.

Y el milagro ocurrió de nuevo, la voz de mis añoranzas hacía presencia; por voltear hasta moje la alfombra con la regadera. Muriendo de ansiedad note que “De mi enamórate” provenía del piso de arriba, al que había subido mil veces para ver como coloreaban los acetatos; así que pues ¿Por qué no ir una vez más? Vaya si el tiempo me había cambiado pues antes ni siquiera lo habría pensado, mis pasos estarían sobre esa escalera de caracol, claro que la diferencia era de segundos.

Porque subí. Y ya arriba me quedé tieso; no daba crédito a mis ojos. Se trataba de una niña de no más de quince años, estaba ella con unos guantes coloreando las micas mientras cantaba alegre; no podía pues ser la misma persona que cantó en aquellos tiempos, pero por Dios que era su voz. Luego yo ahí viéndola, pobrecilla se espantó, y no la culpó.

Fue cuando llegó la esposa del director, a la que la niña entonces llamó: “mamá”, y me dijo: “Enrique ¿Por qué sigue aquí?”. El pensar una excusa me hacía guardar silencio y con ello se volvía más rara la cosa, tenía que dejar mi metodismo a un lado y soltar la verdad así de penosa que era; les relaté entonces mi increíble historia, ambas de la perplejidad pasaron a la incertidumbre y finalmente a unas complacidas sonrisas.

Así sorpresivamente la mujer cantó y era la misma voz de la hija. Luego expresó que todo mundo, no sólo admiraba su manera de cantar, sino el extraordinario parecido que en ese aspecto madre e hija tenían.

Así que tal vez fue a la mujer grande a la que oí esa vez desde el plantío cuando mi adolescencia; sin embargo ella admite que nunca cantó en la iglesia referida, que tal vez haya sido su madre que vivía en mi misma localidad y que igual era dueña de una voz magnifica.

Así que fueron tres generaciones las que me causaron ese embrujo, resuelto el enigma pactamos que mantendríamos mi historia en secreto; desde entonces adoro subir a color pues tan pronto traspaso la puerta esa dulce voz me recibe y todavía me acompaña escalones abajo. Hasta han dejado de ser tediosas las idas a la oficina del director pues de vez en cuando, si está su mujer, también ahí el milagro se repite.

Thursday, July 12, 2012

Un hijo de cristiana y ateo rezaría así: "Vacunas nuestras que están en nuestros cuerpos, vénganos tus anticuerpos, danos hoy nuestra salud de cada día, dale poder a nuestras defensas como nosotros a nuestros cuerpos y a nuestras mentes, no nos dejes caer con sarampión ni ninguna otra enfermedad, Pasteur".