La primera vez,
que escuché esa voz, fue en misa; yo era muy chico entonces y mis pies colgaban
cuando nos sentábamos, y sólo veía el respaldo de enfrente al hincarnos; que
manejable era yo entonces, nada que ver con el pilluelo que se dio tiempo
después. Ah como añoro esos tiempos en que me traían de la mano para aquí y
para allá.
Les decía pues que
un domingo en la iglesia, una dulce voz se distinguió de entre las que
cantábamos alabanzas, esa sí parecía ser de un ángel; hasta salí de entre las
bancas, queriendo ver a la persona que interpretaba aquel canto, tan
excepcionalmente; qué sorpresa para mi
familia que Quique se hubiese puesto tan inquieto. Aún así me obstruía la vista la
gente formada para comulgar, y yo que estaba cometiendo una falta, la primera
que recuerdo; que terrible a los ojos de mi mamá, que dicen estaba angustiada,
tanto que me siguió, atravesando incluso la columna de fieles.
Ya los cantos se
habían acabado y yo no di con la dueña de esa sonoridad, que me había cautivado;
en vez de eso fui presa de la mano de mi progenitora que me asió con fuerza, lo
cual era innecesario pues mi ímpetu se había ya apagado; no obstante se me
mantuvo a resguardo en medio de mis dos padres, que temerosos de que volviera a
inquietarme, no soltaron mis brazos durante toda la misa, salvo para
persignarse. Y oí de nuevo esa maravillosa voz cuando los feligreses salían de
la iglesia, pero me tenían bien agarrado y tampoco pude ver quien cantaba; así
que me rendí esa vez y no hice más por averiguarlo.
La siguiente vez,
que escuché tan fascinante voz, era ya un adolescente y estudiaba la secundaria;
así uniformado y bien aseado tenía un espíritu rebelde, siempre tratando de
conquistar chicas y hacer novillos. Así que nos fuimos un día en grupo al campo,
ahí entre la siembra de maíz nos metíamos a ver qué conseguíamos con las
muchachas; pero ellas sólo querían fumar, y es que veían a Resendiz sentado
sobre la troje, haciendo volutas de humo, arte en el que nos ganaba a todos los
varones. Así que ellas salieron a pedirle un cigarro y los otros dos chicos
también, yo como me vi rezagado mejor me senté por ahí.
Entonces oí el
canto de nuevo, era como una caricia; y la voz se acercaba, no era ya canto de
iglesia sino “Esperanzas” a capela. Y cada vez se escuchaba menos distante, al
otro lado del sembradío; como para encontrarme, cual si fuera yo un elegido de
su encanto. Pero de pronto se dejó de oír, sólo había viento agitando las
mazorcas.
Tan aguzados
había puesto mis oídos, que me percataba hasta del zumbido de las abejas; fue
entonces que se me ocurrió caminar en dirección de dónde provino la mágica
sonoridad, y que entonces era el punto más silencioso; pues tras de mí se oían
las risas de mis amigos, como deseaba que cesaran por no perderme otro
extraordinario momento, único en mi corta vida. Me abrí pues paso en el plantío,
esperanzado de que volviera esa hechizante voz.
Entonces el ansiado sonido nuevamente cubrió el ambiente,
todo un mundo de ruidos fue eclipsado por aquel que era sin igual; mientras yo
ya corría deseoso de descubrir el misterio de la identidad de esa intérprete
maravillosa, hasta las lágrimas se me estaban saliendo, como rara vez me
ocurría, y hasta eso nunca lloraba por sentirme conmovido, tal vez lo haría por
perder una pelea o sufrir una reprimenda, pero jamás por algo que me llegara
tan fuerte al corazón; ni siquiera la vez que una de esas chicas me despreció, quizá
porque ni ella ni ninguna otra de las que vinieron después fue en verdad mi
primer amor ¿Acaso siempre estuve enamorado de aquella voz?
Apenas salí del
maizal vi un coche alejarse y llevarse mi amada voz. Araceli llegó tras de mí y
me encontró tumbado en la hierba, mucha historia nos esperaba a ambos, pero no
ese día; tan desconsolado me sentía que no le presté oído; me hice el dormido pues
su voz no era aquella.
Mil veces me he reclamado
lo tonto de esa situación, ni siquiera estaba enamorado de una persona sino de
un sonido; y me mataba la curiosidad de saber quién lo producía.
Pasaron muchos
años para tener otra cita con mi querida voz. Para entonces era yo muy
diligente y los arrebatos eran cosa del pasado, así que legendaria era la frialdad
de mi trato, como lo metódico de mí actuar; siempre limpiaba mi restirador
antes de irme, guardando cada lápiz y acomodando bien el cuaderno de modelos en
el cajón a modo que no tapara otra cosa necesaria. Incluso regaba la planta del
estudio, no quería que se secara como la anterior, además alguien tenía que
hacerlo y ni modo que la del aseo pues ella se iba antes que yo.
Y el milagro
ocurrió de nuevo, la voz de mis añoranzas hacía presencia; por voltear hasta
moje la alfombra con la regadera. Muriendo de ansiedad note que “De mi
enamórate” provenía del piso de arriba, al que había subido mil veces para ver
como coloreaban los acetatos; así que pues ¿Por qué no ir una vez más? Vaya si
el tiempo me había cambiado pues antes ni siquiera lo habría pensado, mis pasos
estarían sobre esa escalera de caracol, claro que la diferencia era de
segundos.
Porque subí. Y ya
arriba me quedé tieso; no daba crédito a mis ojos. Se trataba de una niña de no
más de quince años, estaba ella con unos guantes coloreando las micas mientras
cantaba alegre; no podía pues ser la misma persona que cantó en aquellos
tiempos, pero por Dios que era su voz. Luego yo ahí viéndola, pobrecilla se
espantó, y no la culpó.
Fue cuando llegó
la esposa del director, a la que la niña entonces llamó: “mamá”, y me dijo:
“Enrique ¿Por qué sigue aquí?”. El pensar una excusa me hacía guardar silencio
y con ello se volvía más rara la cosa, tenía que dejar mi metodismo a un lado y
soltar la verdad así de penosa que era; les relaté entonces mi increíble
historia, ambas de la perplejidad pasaron a la incertidumbre y finalmente a
unas complacidas sonrisas.
Así
sorpresivamente la mujer cantó y era la misma voz de la hija. Luego expresó que
todo mundo, no sólo admiraba su manera de cantar, sino el extraordinario
parecido que en ese aspecto madre e hija tenían.
Así que tal vez
fue a la mujer grande a la que oí esa vez desde el plantío cuando mi
adolescencia; sin embargo ella admite que nunca cantó en la iglesia referida, que
tal vez haya sido su madre que vivía en mi misma localidad y que igual era
dueña de una voz magnifica.
Así que fueron
tres generaciones las que me causaron ese embrujo, resuelto el enigma pactamos
que mantendríamos mi historia en secreto; desde entonces adoro subir a color
pues tan pronto traspaso la puerta esa dulce voz me recibe y todavía me
acompaña escalones abajo. Hasta han dejado de ser tediosas las idas a la
oficina del director pues de vez en cuando, si está su mujer, también ahí el
milagro se repite.